lo casalot


Comentaris

  1. La casa estaba cerrada pero se apreciaba vida dentro. No sólo nos llegaban entrecortadas las voces de sus habitantes, también veíamos de vez en cuando siluetas cruzando una ventana. He olvidado la fecha exacta de aquel encuentro, pero sin duda el otoño debía estar a punto de hacer entrada. El aire, a esas horas de la noche, no disimulaba su protagonismo y traía olores frutales bien definidos de alguna huerta cercana. Nos habíamos citado para dar un paseo por el bosque de encinas que bordea la costa durante un buen trecho y, tal vez, con la intención nada secreta de acercarnos de nuevo a la casa e intentar adivinar las sombras que en su interior se mezclaban. Absorta pero feliz, quizá algo inquieta por lo avanzado de la hora, ella permanecía callada a mi lado, rozando adrede cada pocos segundos, con calculado descuido, la piel de mi brazo izquierdo con la piel de su mano derecha. El sonido de un piano procedente de una de las habitaciones superiores la hizo salir de su ensimismamiento. Giró hacia mí su cabeza y me regaló una sonrisa. Conociéndola, no me costó adivinar lo que vendría a continuación. En efecto, ella alargó sus brazos en mi dirección, en lo que quería ser una invitación a bailar al compás de aquella música que oíamos difuminada entre voces ahora más fuertes y algún aplauso. Antes de darme tiempo a rechazar su oferta, ella se quitó las sandalias que arrojó teatralmente a un par de metros de distancia. Al ver que yo seguía en mis trece y sólo la miraba con tonta expresión de pudor en la cara, ella fingió entristecerse de pronto. Bajó la vista y empezó a musitar la misma melodía que el piano interpretaba en el interior de la casa. Con la punta de su pie descalzo, en un balanceo insinuado apenas, dibujaba medias lunas sobre el suelo de pinacha.
    —Es tarde. Nuestros padres deben de estar preocupados —dijo ella.
    —Tienes razón —le respondí.

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  2. La casa estaba abierta pero no se apreciaba vida dentro. Nos llegaba, traído por el viento de abril, el olor de unas hortensias mezclado al salitre de un mar en desorden. Recuerdo perfectamente la fecha exacta de aquel encuentro, ella cumplía años al día siguiente. Nos habíamos citado sin un propósito definido pero sabiendo a ciencia cierta por qué estábamos allí. A pesar de ser tarde en la noche y no haber luna en lo alto que distrajera ni alumbrara nuestra imprudencia, permanecíamos quietos frente a la casa abandonada adivinando uno a uno el paso de los minutos. Sobre la hoja rugosa de una libreta ella empezó a dibujar el contorno del tejado y la primera piedra de la chimenea, a bosquejar en seguida el perfil carnoso de la fachada. Absorta en su tarea, ella no pudo fijarse en un detalle que a mí me dejó perplejo. Un hilo de humo empezó a salir de la chimenea. Mi primer impulso fue llamar su atención sobre ello, pero tan sólo acerté a estar callado a su lado mientras mi rostro, cada pocos segundos, era rozado por su cabello que el aire movía. Tras concluir la forma de una ventana, ella giró hacia mí su cabeza y esbozó una sonrisa. De pronto los dos nos vimos sorprendidos por una luz procedente del piso alto. Adivinamos en el acto nuestro mutuo estupor, menos inmediato el mío, y compartimos un escalofrío nervioso. Ella bajó la vista hacia la libreta, apretó el boli entre sus dedos, dudó si seguir dibujando. A punto de trazar el marco de la puerta, ésta se cerró de golpe y las notas de un piano comenzaron a sonar en el interior de la casa al tiempo que una intensa ráfaga de marusía inundaba de nuevo nuestros pulmones. Ella me penetró con la mirada, parecía buscar en mí una respuesta a la tácita pregunta que acaso los dos nos hacíamos en ese instante.
    —… … —dijo ella.
    —… … —le respondí.

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  3. Entras en la casa por la chimenea —dijo ella. Louis y Miranda yacen en el suelo, muertos. En el sofá hay un gato que los mira fijamente con el lomo arqueado. Alrededor de los cuerpos hay varios trozos de vidrio. Las puertas y las ventanas están cerradas por dentro. No hay nadie más en la casa. Dime, ¿cómo ha escapado el asesino?
    El asesino no ha escapado aún —le respondí. Louis y Miranda son peces de colores.

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